viernes, 19 de febrero de 2010

Imprenta en Mexico


Los impresores libreros en
Nueva España del siglo XVII




Durante el siglo XVII se continuó con los mismos métodos de impresión y grabado del siglo XVI Los viejos estilos tipográficos que dieron a los libros mexicanos del siglo XVI semejanzas con los incunables europeos, se fueron estilizando por tipos romanos más claros y elegantes como los de Plantin, Garamond y Elzevir.
Los libros mexicanos empezaron a mostrar su excelente calidad ya que, aunque fueron realizados bajo los conceptos más clásicos, mostraron un excelente gusto y oficio. Las mejores ediciones fueron los textos de Cátedras en la Real y Pontificia Universidad de México, entre los que destacan los libros de medicina, así como algunas obras literarias como la Grandeza mexicana, de Bernardo de Balbuena, la Primavera indiana, de Sigüenza y Góngora, obras menores de Sor Juana Inés de la Cruz y otros impresos como Noticia breve de la dedicación de la Catedral de México, de Isidro de Sariñana, y Exposición filosófica contra el cometa.
De diversas imprentas salió una gran cantidad de obras ilustradas con grabados un tanto imperfectos, ingenuos, producto en muchas ocasiones de artistas anónimos. Algunos trataban de reproducir un grabado europeo, mas la sencillez de los elementos con que están construidos, revela su factura un tanto primitiva, no obstante que se producen durante el siglo XVII algunos excelentes grabados y proliferan las imágenes guadalupanas.
Los impresores libreros
Estos impresores, además de tener imprenta, contaban con tienda y se hacían llamar impresores y mercaderes de libros. Se trata de un grupo pequeño de impresores solventes, capaces de establecer una doble empresa: la impresión de las obras y la venta de las mismas. Eran los que controlaban todo, dejando así fuera de la competencia a los pequeños talleres tipográficos. Este grupo, además de manejar la producción y la venta, mantenía las mejores relaciones con las autoridades eclesiásticas y civiles, de las que obtenía licencias y privilegios de impresión. Estuvo compuesto por aquellos individuos que consolidaron una empresa familiar capaz de perdurar, a veces, hasta por más de un siglo.
Si bien aparecerán muchos nombres de impresores, es importante resaltar que en algunos casos se trata de parientes, cuyas imprentas pasaban de una generación a otra. Cabe hacer notar que sólo hubo tres impresores y mercaderes de libros que no tuvieron el respaldo de una gran familia y por lo mismo su presencia fue más discreta, sobre todo en las tres primeras décadas del siglo; ellos fueron Diego Garrido y su viuda, Francisco Robledo y Francisco Sálbago.
En este grupo sobresale Bernardo Calderón, fundador en 1631 de una larga tradición tipográfica que perduró a través de su descendencia por ciento treinta y siete años. Bernardo Calderón, su viuda y sus herederos dejaron constancia de su labor en 497 impresos de diferente índole, principalmente con una temática religiosa. Irving Leonard atribuye el éxito de los Calderón a que cinco de sus seis hijos recibieron las órdenes sagradas, lo cual, dice Leonard, "hizo de la Iglesia un cliente importante..." para los Calderón y se diría que eso marcó la especialidad de la familia.
Bernardo Calderón sólo trabajó por algunos años la imprenta, de 1631 a 1640, y le sustituyó su viuda, Paula de Benavides, con quien tuvo los mencionados seis hijos: Antonio, Gabriel, Diego, Bernardo, María y Micaela. De éstos, sólo María no tomó el camino eclesiástico y se casó con otro impresor, Juan de Ribera. La viuda de Bernardo Calderón se hizo cargo de la imprenta y tienda entre los años de 1641 y 1684, y durante esos cuarenta y tres años imprimió cerca de 332 escritos, entre constituciones de las provincias, cartillas, doctrinas, sermones, hagiografías, inclusive las escritas por sus hijos Antonio, quien escribiera, entre otras obras, Epítome sumario de la vida y muerte del B. P. M. Pedro de Arbues, inquisidor apostólico del Reyno de Aragón a quien nuevamente ha beatificado N. M. S. P. Alexandro VII, de 1667, y Gabriel, que fue autor de Epítome de la vida de S. Marcial, apóstol de la Francia, de 1672. También imprimió los Villancicos que se cantaron en la Santa Iglesia Catedral de México, a los maitines del glorioso príncipe de la Iglesia, el señor San Pedro, de 1677, de Sor Juana Inés de la Cruz, e inclusive otras obras religiosas que ella misma costeó como el Breviloquio moral práctico en que se contienen las sesenta y cinco proposiciones prohibidas por N. S. S. P. Inocencio XI, de fray Tomás de Velasco, impresa en 1681. En 1980 imprimió Teatro de virtudes políticas, que constituyen a un príncipe: advertidas en los monarcas antiguos del mexicano imperio, México, de Carlos de Sigüenza y Góngora.

La viuda de Bernardo Calderón dejó como herederos de la imprenta a sus hijos Diego y María, quienes la trabajaron de 1684 a 1718, tiempo en el que los "herederos de Bernardo Calderón" estamparon 144 impresos. Es ese tiempo María ya estaba casada con Juan de Ribera, quien, como ya hemos dicho, también tenía imprenta. María, por su parte, heredó la imprenta de los Calderón a tres de sus hijos: José, Francisco y Miguel de Ribera Calderón.
La familia de Bernardo Calderón en ocasiones se vio favorecida por el virrey en turno, dándoles privilegios para imprimir cartillas y doctrinas, ya que el primer privilegio otorgado a Bernardo Calderón por el virrey Rodrigo de Pacheco en 1631, fue para imprimir cartillas. En 1632 se le refrendó para imprimir cartillas grandes y pequeñas. En 1652 el Conde de Alba de Aliste le otorgó privilegio a la viuda de Calderón, y en 1684 el Conde de Paredes autorizó otro refrendo. En 1700 se les concedió a los herederos de la viuda de Bernardo Calderón la "licencia para imprimir la Cartilla Mayor en lengua castellana, latina y mexicana y con prohibición que ninguna otra persona sino la dicha viuda en toda la Nueva España pueda imprimir cartillas ni doctrinas pena de doscientos pesos y los moldes perdidos".
También ostentaron el nombre de "Imprenta del Secreto del Santo Oficio" por el hecho de realizar trabajos tipográficos para la Inquisición. Esto les permitió tener el monopolio de los impresos oficiales, marcándolos como los principales difusores de la ideología del gobierno novohispano.
Fue famosa su imprenta y tienda, siempre ubicada en la calle de San Agustín. Unas memorias de libros presentados a la Inquisición por la viuda de Bernardo Calderón dan testimonio de la magnitud del comercio que llevaban a cabo; esto incluía tanto su producción como la de otros impresores de México y Europa. En 1665 vendían 1126 impresos, entre obras devotas, gramáticas, vocabularios, sermones, ejercicios espirituales, biblias, devocionarios, crónicas de órdenes religiosas, romances y un considerable número de hagiografías, por mencionar sólo algunos. En 1660 ofrecían a sus clientes una variedad de 1239 títulos, en los que predominaba una temática religiosa. Estas memorias fueron revisadas conforme al Índice expurgatorio, de 1640. Uno de los pareceres otorgado por fray Juan Ortiz de los Heroz señala que de todos los libros presentados algunos ya estaban corregidos, otros ya ajustados, algunos más los corrigió y otros estaban prohibidos, como la Vida de Sor Juana de la Cruz, "porque no estaba corregida", otros por no tener autor, etcétera.
Otro impresor y mercader de libros que sobresale en este segundo grupo en Juan de Ribera. A él lo vemos figurar primero como mercader, desde 1677, y ya como impresor y mercader en la calle del Empedradillo a partir de 1684. El apellido Ribera tenía antecedentes en el mundo de la palabra impresa, ya que su hermano Hipólito de Ribera tenía el mismo oficio y los dos fueron hijos del también librero Diego de Ribera.
Años antes Juan de Ribera había contraído matrimonio con María Calderón Benavides, hija de Bernardo Calderón y Paula de Benavides, quien a la usanza de la época adoptó el apellido materno y fue mejor conocida como María de Benavides. Esta asociación por matrimonio de una familia de mercaderes con una de impresores sirvió para iniciar una nueva rama de impresores-libreros y continuar con la tradición tipográfica y comercial, ya que los descendientes del matrimonio Ribera Calderón siguieron el mismo oficio hasta muy entrado el siglo XVIII, en 1767.
Juan de Ribera y María de Benavides tuvieron ocho hijos, dos de los cuales tomaron la vida religiosa y otros dos, Miguel y Francisco, continuaron con la tradición tipográfica de las familias y al parecer trabajaron juntas las dos imprentas, la que fue de los Calderón y la de su padre.

La producción de Juan de Ribera consistió en ciento cuarenta y ocho impresos, entre ellos el Neptuno alegórico, océano de colores, simulacro político que erigió la muy esclarecida, sacra, y augusta Iglesia Metropolitana de México, de Sor Juana Inés de la Cruz, de 1680.
Cuando Juan de Ribera murió, su viuda María de Benavides quedó al frente de la imprenta entre los años de 1685 y 1700. De sus prensas salieron más de ochenta impresos con su nombre, aunque en realidad el regente fue su hijo Miguel, sin que su nombre figurara, hasta que ella murió. Fue aquí cuando se repartieron las dos imprentas, la de los Calderón ubicada en la calle de San Agustín, que pasó a poder de Francisco de Ribera, quien la trabajó entre 1703 y 1729, y por algunos años más su viuda, Juana de León y Mesa.
La segunda imprenta de Juan de Ribera, ubicada en la calle del Empedradillo, continuó en manos de Miguel de Ribera sólo por algunos años más. Su viuda Gertrudis de Escobar y Vera se hizo cargo de ella durante ocho años, en los que produjo más de setenta impresos. Doña Gertrudis la heredó a sus once hijos y sus descendientes siguieron lo que parece fueron tres tradiciones importantes de la familia: su presencia en las órdenes eclesiásticas, en el mundo de la tipografía y dentro de la Iglesia de San Francisco, donde fueron enterrados casi todos.
Los herederos de la viuda de Miguel de Ribera permanecieron en la imprenta durante diecisiete años, de 1717 a 1732, con una producción de ciento setenta y siete impresos. No se sabe con seguridad quién se hizo cargo de la imprenta, posiblemente fue la hija menor, María, aun cuando su nombre no aparece en los impresos. Los herederos de la viuda de Miguel de Ribera imprimieron en 1722 los primeros seis números de la Gaceta de México, de Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche, con lo que dio comienzo el periodismo regular mexicano. A partir de 1732 figura María de Ribera en la tipografía novohispana y durante los siguientes veintidos años la encontramos en su tienda-taller del Empedradillo. En 1734, María de Ribera incrementó el número de impresos y para el año siguiente su imprenta llevó el nombre de Imprenta Real del Superior Gobierno y el Nuevo Rezado. Uno de sus éxitos más reconocidos fue la impresión durante varios años de la Gaceta, que era el compendio de noticias mexicanas con índice general de todas, y contenía variadas noticias de interés general, imprimiendo sesenta números entre noviembre de 1732 y diciembre de 1737.
El nombre de María de Ribera apareció en los impresos novohispanos hasta el año de 1754 y entre éste y 1768 continuaron con la imprenta los herederos de María, que posiblemente fueron sus sobrinos o algún otro pariente, porque ella no se casó. De esta forma terminó la tradición tipográfica construida por los Calderón y los Ribera.

Entre los impresores-libreros destaca también la familia Rodríguez Lupercio, que sin ser tan numerosa como la de los Calderón, fue casi tan productiva como ella y en aproximadamente ochenta años produjeron 444 impresos. Francisco Rodríguez Lupercio inició sus labores tipográficas asociado con Agustín de Santiesteban y Vértiz, mercader de libros, con quien al parecer no duró mucho, ya que en 1661 el nombre de Santiesteban desapareció de las portadas. Rodríguez Lupercio siguió adelante e intensificó su trabajo. Casado con Gerónima Delgado, vivía en el Portal de las Flores y como cosa rara su imprenta no estaba junto a su casa sino en la calle de Puente de Palacio; en ella no sólo se imprimían sino también se grababan y vendían libros. En su taller se imprimieron varias obras de Fray Agustín de Vetancurt, como el Arte de lengua mexicana, de 1673; de Pedro Salmerón la Vida de la venerable Madre Isabel de la Encarnación, carmelita descalza, natural de la ciudad de los Angeles, de 1675; de Rodrigo de Aguilar y Acuña los Sumarios de la recopilación general de las leyes, ordenanzas, provisiones, cédulas, instrucciones y cartillas acordadas, que por los Reyes Católicos de Castilla se han promulgado, de 1677, y del ermitaño Gregorio López el Tesoro de Medicinas, para diversas enfermedades, de 1674, cuya impresión costeó el mismo Rodríguez Lupercio. En total sus prensas produjeron noventa y un impresos. Al morir en 1683, le sustituyó su viuda, quien a partir de esa fecha y hasta 1696, poco antes de morir, sacó a la luz más de ochenta trabajos de imprenta, incluso un relato de la Vida de fray Bernardo Rodríguez Lupercio, su pariente, escrito por Balthasar de Medina en 1688.
En su tienda se podían adquirir, además de hagiografías, sermones, obras espirituales, la obra de Antonio de León Pinelo Si el chocolate quebranta el ayuno, impresa en Madrid por la viuda de Juan González en 1636; los Trabajos de la Virgen de Antonio Mijangos, impresa en Madrid por Juan Sánchez en 1642 y setenta títulos más, la mayoría impresos en Madrid y México. De esta forma logró sostener imprenta y tienda con prestigio.
En 1697 murió la viuda de Rodríguez Lupercio, dejando como herederos del negocio a sus hijos. De ellos sólo se sabe con certeza el nombre de uno, el del bachiller Rodrigo Alfonso Rodríguez Lupercio, quien posiblemente fue el que regenteó la imprenta por un periodo de treinta y nueve años, tiempo en el que imprimió más de doscientas setenta obras. El nombre de la familia desapareció de las portadas de los impresos mexicanos en 1736.
Por último, dentro de este grupo de impresores-libreros nos referiremos a Juan José Guillena Carrascoso, cuyas prensas trabajaron al final del siglo XVII y principios del XVIII, de 1684 a 1721. Guillena Carrascoso era español, casado con María de San José Contreras y Monroy, y parece ser que fue el único caso en que murió primero la esposa. Se desempeñó como impresor y mercader de libros en el Empedradillo, junto a las casas del Marquesado. Sus prensas trabajaron sin interrupción por varios años, inclusive alcanzó a imprimir cuatro obras en 1703, año en que la carestía de papel se agravó, ante lo cual el virrey hizo publicar un bando "mandando bajar algunos géneros que habían encarecido los mercaderes, que fueron el papel, que estaba a 14 pesos la resma que lo puso en 6 pesos... con pena por la primera y segunda vez al que lo quebrantare y por la tercera confiscación de bienes y destierro conforme a la persona..."
En suma, los impresores y libreros tuvieron a su cargo la importante labor de imprimir y difundir en gran medida la cultura novohispana a través de sus trabajos tipográficos. Fueron ellos los que plasmaron en el papel y circularon las descripciones de Bernardo de Balbuena, las del agustino Fray Juan de Mijangos, los escritos del capellán poblano Pedro Salmerón, los del jesuita calificador del Santo Oficio Francisco de Florencia, los del franciscano Baltazar de Medina, los del Arzobispo de México Francisco de Aguilar y Seixas, los del obispo de Oaxaca Isidro Sariñana y Cuenca; las obras del cronista del Santo Evangelio Agustín de Vetancurt, las poesías de Sor Juana, los escritos de Sigüenza y Góngora; los sermones, cartillas, catecismos y obras ejemplares a través de las cuales se difundían modelos de conducta cristiana, la ciencia, la historia, las artes y, en fin, el entretenimiento que necesitaba la sociedad de entonces.
Como hemos visto, las obras que se imprimieron durante el siglo XVII fueron en su mayoría de temas religiosos, en los que no había nada que contraviniera la moral y la fe. La producción de estas obras complacía ciertamente a la Iglesia, porque constituían una forma de normar la vida de los individuos y como ejemplo diremos que para fomentar la lectura de hagiografías, la Iglesia concedía indulgencias a los lectores de todo o parte del libro.
Hemos visto que los impresores fortalecían las alianzas familiares para conservar sus empresas tipográficas. También parece haber sido determinante en el éxito de algunos impresores, al contar al mismo tiempo con imprenta y tienda. Fue gracias a estos negocios familiares que los talleres tipográficos superaron las crisis económicas, e inclusive en ocasiones costearon diversos impresos para seguir produciendo en las épocas difíciles, contribuyendo en el desarrollo cultural novohispano de siglo XVII.



Juan Pablos, primer impresor en México y en América



El establecimiento de la imprenta en México significó una empresa necesaria e indispensable para la divulgación del pensamiento occidental cristiano. Exigió la conjunción de diversos elementos engranados en un mismo ideal: tomar en cuenta el significado del riesgo de una inversión a largo plazo y el de sortear con tenacidad y empeño otras múltiples dificultades.

Como figuras centrales, patrocinadores e impulsores de la imprenta en nuestro país, tenemos a fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México y a don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España.

Como actores principales de la empresa figuran Juan Cromberger, impresor alemán establecido en Sevilla, dueño de una prestigiosa casa editora con capital para establecer una filial en la Nueva España y a Juan Pablos, oficial del taller de Cromberger, a quien como copista o componedor de letras de molde se le tuvo la confianza para fundar la imprenta, y a quien también le convino o le atrajo la idea de trasladarse al nuevo continente para establecer el taller de su patrón.

Recibió a cambio un contrato por diez años, la quinta parte de las ganancias por su trabajo y los servicios de su mujer, después de restar los gastos de traslado y del establecimiento de la imprenta en la Ciudad de México.

Juan Pablos recibió de Juan Cromberger 120 000 maravedís destinados tanto a la compra de la prensa, tinta, papel y otros aparejos, como a los gastos del viaje que emprendería con su mujer y dos acompañantes más.

El costo total de la empresa fue de 195 000 maravedís o sea de 520 ducados. Juan Pablos, de origen italiano cuyo nombre, Giovanni Paoli, conocemos ya castellanizado, llegó a la Ciudad de México junto con su esposa Gerónima Gutiérrez, entre septiembre y octubre de 1539. Venían también con él Gil Barbero, prensista de oficio, así como un esclavo negro.

Con el apoyo de sus patrocinadores, Juan Pablos estableció el taller "Casa de Juan Cromberger" en la Casa de las Campanas, propia del obispo Zumárraga, ubicada en la esquina suroeste de las calles de Moneda y cerrada de Santa Teresa la Antigua, hoy licenciado Verdad, frente al costado del ex arzobispado. El taller abrió sus puertas hacia abril de 1540, siendo regidora de la casa sin llevar salario, sólo su mantenimiento, Gerónima Gutiérrez.



La empresa de Cromberger

Fue el virrey Mendoza quien concedió a Juan Cromberger el privilegio exclusivo de tener imprenta en México y traer libros de todas las facultades y ciencias; el pago de las impresiones sería a razón de un cuartillo de plata por pliego, es decir 8.5 maravedís por cada hoja impresa y el cien por ciento de ganancias en los libros que trajese de España.

Estos privilegios respondían sin duda a las condiciones impuestas por Cromberger quien además de ser un hábil comerciante de libros, tenía intereses en actividades mineras en Sultepec, en cooperación con otros alemanes, desde 1535. Juan Cromberger falleció el 8 de septiembre de 1540 casi un año después de iniciado el negocio de la imprenta.

Sus herederos lograron del rey la confirmación de lo acordado con Mendoza por el término de diez años, y la cédula fue firmada en Talavera el 2 de febrero de 1542. Pocos días después, el 17 de ese mismo mes y año, el cabildo de la Ciudad de México concedió a Juan Pablos el título de vecino, y el 8 de mayo de 1543 obtuvo un solar para la edificación de su casa en el barrio de San Pablo, en la calle que iba precisamente hacia San Pablo, a espaldas del hospital de la Trinidad.

Estos datos confirman el deseo de Juan Pablos de arraigarse y permanecer en México a pesar de que el negocio de la imprenta no tuviese el desarrollo deseado, ya que había de por medio un contrato y privilegios de exclusividad que creaban una situación difícil e impedían la agilidad requerida para el crecimiento de la empresa. El mismo Juan Pablos se quejaba en un memorial dirigido al virrey que estaba pobre y sin oficio, y que se sostenía gracias a las limosnas que recibía.

Al parecer el negocio de la imprenta no llenó las expectativas de los Cromberger a pesar de las condiciones tan favorables que obtuvieron. Mendoza, con el ánimo de favorecer la permanencia de la imprenta, concedió mercedes más lucrativas con el fin de motivar el interés de los herederos de esta casa impresora en la conservación del taller de su padre en México.

El 7 de junio de 1542 recibieron una caballería de tierra para siembras y una estancia de ganado en Sultepec. Un año después (8 de junio de 1543) fueron de nuevo favorecidos con dos sitios de ingenios para moler y fundir metal en el río de Tascaltitlán, mineral de Sultepec.

Sin embargo, a pesar de estos privilegios y mercedes, la casa de Cromberger no atendió la imprenta como las autoridades esperaban; tanto Zumárraga como Mendoza y posteriormente la Audiencia de México, se quejaron ante el rey de la falta de cumplimiento en la provisión de los materiales indispensables para la imprenta, papel y tinta, así como del envío de libros.

En 1545 solicitaron al soberano se exigiera el cumplimiento de esta obligación a la familia Cromberger en virtud de los privilegios que se les habían concedido anteriormente.

La primera imprenta con el nombre de "Casa de Juan Cromberger" duró hasta 1548, aunque a partir de 1546 dejó de aparecer como tal. Juan Pablos imprimió libros y folletos, en su mayoría de carácter religioso, de los que se conocen ocho títulos realizados en el período 1539-44, y otros seis entre 1546 y 1548.

Tal vez las quejas y presiones contra los Cromberger favorecieron el traspaso de la imprenta a Juan Pablos. Dueño de ésta a partir de 1548, aunque con grandes deudas por las condiciones onerosas en que se dio la venta, obtuvo del virrey Mendoza la ratificación de los privilegios concedidos a los antiguos propietarios y posteriormente la de don Luis de Velasco, su sucesor.

De este modo disfrutó también de la licencia de exclusividad hasta agosto de 1559. El nombre de Juan Pablos como impresor, aparece por primera vez en la Doctrina Cristiana en lengua Castellana y Mexicana, terminada el 17 de enero de 1548. En algunas ocasiones añadió el de su origen o procedencia: "lumbardo" o "bricense" pues era natural de Brescia, Lombardía.

La situación del taller empezó a cambiar hacia 1550 al conseguir nuestro impresor un préstamo de 500 ducados de oro. Solicitó a Baltasar Gabiano, su prestamista en Sevilla, y a Juan López, violero, vecino de México que viajaba a España, le consiguieran hasta tres personas, oficiales de imprenta, para ejercer su oficio en México.

En septiembre de ese mismo año, en Sevilla, se concertó el trato con Tomé Rico, tirador (prensista), Juan Muñoz componedor (cajista) y Antonio de Espinoza, fundidor de letra quien llevaría como ayudante a Diego de Montoya, de trasladarse todos a México y trabajar en la imprenta de Juan Pablos durante tres años, los cuales se contarían a partir de su desembarco en Veracruz. Se les daría el pasaje y alimentos para el viaje en el océano y una cabalgadura para su traslado a la Ciudad de México.

Se cree que llegaron a fines de 1551; sin embargo, no fue sino hasta 1553 cuando el taller desarrolló el trabajo de forma regular. Se manifestó la presencia de Antonio de Espinosa por el uso de tipos romanos y cursivos y de nuevos grabados en madera, lográndose con estas modalidades superar la tipografía y el estilo en los libros e impresos anteriores a esa fecha.

De la primera etapa de la imprenta con denominación "en casa de los Cromberger" podemos citar las siguientes obras: Breve y mas compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana que contiene las cosas mas necesarias de nuestra sancta fe catholica para el aprovechamiento destos indios naturales y salvación de sus ánimas.

Se cree que esta fue la primera obra impresa en México, el Manual de adultos del que se conocen las tres últimas páginas, editado en 1540 y mandado hacer por la junta eclesiástica de 1539, y La Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la ciudad de Guatemala publicado en 1541.

A estos siguieron en 1544 la Doctrina Breve de 1543 destinada a todos en general; el Tripartito de Juan Gerson que es una exposición de la doctrina sobre los mandamientos y la confesión, y tiene como apéndice un arte de bien morir; el Compendio breve que trata de cómo se van hacer las procesiones, destinado a reforzar las prohibiciones de las danzas y regocijos profanos en las fiestas religiosas, y la Doctrina de fray Pedro de Córdoba, dirigida exclusivamente a los indios.

El último libro realizado con el nombre de Cromberger, como casa editora, fue la Doctrina Cristiana breve de fray Alonso de Molina, con fecha de 1546. Dos obras editadas sin el nombre del impresor, fueron la Doctrina Cristiana mas cierta y verdadera para gente sin erudición y letras (diciembre 1546) y la Regla Cristiana breve para ordenar la vida y el tiempo del cristiano (en 1547). Esta etapa de transición entre un taller y el otro: Cromberger-Juan Pablos, se debió tal vez a las negociaciones iniciales de traspaso o a la falta de cumplimiento del contrato establecido entre las partes.



Juan Pablos, el Gutenberg de América

En 1548 Juan Pablos editó las Ordenanzas y compilación de leyes, utilizando en la portada el escudo de armas del emperador Carlos V y en las diversas ediciones de la doctrina cristiana, el escudo de los dominicos. En todas las ediciones realizadas hasta 1553, Juan Pablos se apegó al uso de la letra gótica y de los grandes grabados heráldicos en las portadas, característicos de los libros españoles de ese mismo período.

La segunda etapa de Juan Pablos, con Espinosa a su lado (1553-1560) fue breve y próspera, y trajo como con secuencia que se le disputase la exclusividad de tener la única imprenta en México. Ya en octubre de 1558 el rey concedió precisamente a Espinosa, junto con otros tres oficiales de imprenta, la autorización para tener negocio propio.

De este período, incluso, se pueden citar varias obras de fray Alonso de la Veracruz: Dialéctica resolutio cum textu Aristótelis y la Recognitio Summularum, ambas de 1554; la Physica speculatio, accessit compendium sphaerae compani de 1557, y Speculum coniugiorum del 1559. De fray Alonso de Molina el Vocabulario en lengua castellana y mexicana apareció en 1555, y de fray Maturino Gilberti el Diálogo de la doctrina cristiana en lengua de Michoacán, publicado en 1559.

Reproducción de la imprenta de Gutenberg. Tomado del folleto del Museo de Gutenberg en Mainz, Col. Museo de Artes Gráficas Juan Pablos. Fundación Armando Birlain Schafler para la Cultura y Las Artes, A.C.Estas obras se encuentran en el acervo custodiado por la Biblioteca Nacional de México. El último impreso de Juan Pablos fue el Manual Sacramentorum, aparecido en julio de 1560. La casa impresora cerró sus puertas ese año, pues se cree que el lombardo murió entre los meses de julio y agosto. Y en 1563 su viuda arrendó la imprenta a Pedro Ocharte casado con María de Figueroa, hija de Juan Pablos.

Son atribuibles a la primera etapa de la imprenta teniendo como editores a Cromberger y a Juan Pablos, 35 títulos de los supuestos 308 y 320 que se imprimieron en el siglo XVI, indicativos del auge que tuvo la imprenta en la segunda mitad del siglo.

Los impresores y también libreros que figuran en este período fueron Antonio de Espinosa (1559-1576), Pedro Balli (1575-1600) y Antonio Ricardo (1577-1579), pero Juan Pablos tuvo la gloria de haber sido el primer impresor en nuestro país.

Si bien la imprenta en sus inicios publicó sobre todo cartillas y doctrinas en lenguas indígenas para atender la cristianización de los naturales, al término del siglo había cubierto temas de muy diversa índole.

La palabra impresa contribuyó a la difusión de la doctrina cristiana entre los indígenas y apoyó a quienes, como evangelizadores, doctrineros y predicadores, tuvieron la misión de enseñarla; y, a la vez, fue también un medio de difusión de las lenguas indígenas y de la fijación de éstas en las "Artes", así como de los vocabularios de estos dialectos, reducidos por los frailes a caracteres castellanos.

También la imprenta propició, a través de obras de carácter religioso, el fortalecimiento de la fe y de la moral de los españoles que llegaban al Nuevo Mundo. Los impresores incursionaron notablemente en temas de medicina, derechos eclesiástico y civil, ciencias naturales, de navegación, de historia y de las ciencias, propiciando socialmente un alto nivel de cultura en el que destacaron grandes figuras por su aportación al conocimiento universal. Este patrimonio bibliográfico representa para nuestra cultura actual un legado invaluable.

EL DISEÑO TIPOGRÁFICO Y EL USO DEL LIBRO EN LOS IMPRESOS MEXICANOS DEL SIGLO XVI
Este artículo presenta algunas de las particularidades artísticas, léxicas y tipográficas que se encuentran tanto en portadas, textos, letras capitulares como en colofones e ilustraciones de los impresos mexicanos del siglo XVI, las cuales son muestran del vínculo que existía entre el diseño y el uso de del libro.
Los impresos mexicanos del siglo XVI, desde su aparición hasta la fecha, han causado fascinación tanto por su contenido como por su composición; pero sobre todo por haber sido los primeros libros que se realizaron con el invento de Gutenberg en América, por ser el vínculo entre el antiguo y nuevo mundo y por ser los promotores de la que después se denominó cultura novohispana. Esto, en consecuencia, ha permitido que los libros impresos en México durante el siglo XVI se puedan apreciar por su antigüedad, contenido y forma, siendo este último aspecto el que ahora interesa comentar, pues, desde nuestra perspectiva, son prueba de la doctrina cristiana, del método de enseñaza que se ejercía, así como de las técnicas y tendencias estilísticas que existían en Europa aplicadas en la imprenta mexicana.
Es necesario puntualizar que la composición y presentación de un libro impreso representan la marca, el estilo e incluso la personalidad y el uso del libro que el impresor o el editor dirigía hacia su consumidor. No obstante, ambas, se ven regidas por la clase de texto: religioso, literario, histórico, científico o artístico, el lector, los materiales con los que cuenta el impresor y el dinero que invertía el editor.
Por tanto, en los impresos mexicanos del siglo XVI, el formato, las portadas, el texto, el tipo de letras, ilustraciones y colofones se realizaron pensando primero en el tema o doctrina del libro, después en la persona que adquiriría el impreso, en el mensaje que quería enviar el editor a su lector y, por último, el uso que se le daba a la obra manifestado en algunos colofones.
Con base en lo anterior, en los impresos mexicanos la manera de distribuir y poner los elementos textuales e iconográficos en la portada y el texto marcaron el estilo del impresor y la forma y el contenido del colofón, la doctrina del mismo. Por su parte el formato o tamaño representa el uso y la clase del libro. Con relación al formato, la clasificación de los libros se divide en:
• Libros de consulta o estudio en donde se empleaba el folio; a manera de ejemplos están la Recognitio summularum, la Dialectica resolutio y la Physica speculatio escritos por fray Alonso de la Veracruz y empleados como libros de texto en la cátedra de Filosofía de la Real y Pontificia Universidad de México, junto a ellos se encuentra el Cedulario de Puga que contiene las instrucciones o provisiones dictadas por el rey para que las ejerciera la Real Audiencia sobre los indios naturales. También está el Graduale dominicale impreso por Antonio de Espinosa y editado por Pedro Ocharte en 1576, el cual contiene los cantos para la liturgia de la misa, según las normas del nuevo misal dictaminadas por el Concilio Tridentino


• Libros de lectura personal o de enseñanza, utilizaban el formato 4º, entre ellos se encuentran textos religiosos, prácticos y manuales; por ejemplo, manuales para la aplicación de la medicina o de la milicia, doctrinas cristianas, gramáticas, artes y vocabularios de lenguas mexicanas.

• Libros prácticos o doctrinales empleaban el 8º. Aquí se encuentran confesionarios, reglas de algunas órdenes eclesiásticas, calendarios y novenarios; por ejemplo La regla de los frailes menores impresa por Pedro Balli en 1595, El repertorio de los tiempos y historia natura de esta Nueva España escrito por Enrico Martínez, o bien, el Confesionario en lengua mexicana y castellana de fray Juan Bautista impreso en Tlatelolco por Melchor Ocharte en 1599.

Por otra parte, el estilo de los impresores mexicanos del siglo XVI se manifiesta visualmente en las portadas y la composición del texto, pues emplearon recursos textuales e iconográficos.
En las portadas existe una tipología y depende de los elementos iconográficos. Los estilos son:
1. Portada tipográfica emplea como elementos iconográficos las marcas del impresor, orlas, viñetas o escudos de la orden a la que pertenecía el escrito, esto es, no existe alguna ilustración alusiva al texto o de grandes dimensiones, sino que la información textual sobre el libro abarca la mayor parte de la portada. Las composiciones que podía hacer el impresor con el texto son dos: a renglón seguido y de lamparilla o triángulo invertido

2. Portada heráldica tiene como elemento principal un escudo de armas, real o de algún noble, de la orden de un eclesiástico o bien de un obispo. El escudo ocupa la mayor parte de la portada, se acompaña de orlas y el texto es mínimo.


3. Portada arquitectónica es una de las más elaboradas y tienen como elementos un frontón en donde podía llevar alguna alegoría del texto o bien la dedicatoria, dos columnas que podían ser dóricas, jónicas, salomónicas o con forma humana, las cuales tienen basamentos con un marco, un grabado o escudo. Por último, se halla el zócalo en donde se acostumbraba poner el pie de imprenta o el escudo de armas del reino.

4. Portada de invocación, fue la más empleada, su elemento principal es la representación del santo al que se dedicaba la obra o la del santo patrono de la orden a la que pertenecía el escritor. El grabado que la personifica, ocupa la mayor parte de la portada, por lo que el texto pasa a un segundo plano.


Cabe señalar que la tipología de las portadas mexicanas del siglo XVI es la misma que se encuentra en los impresos europeos. La técnica de los grabados es la xilográfica y su empleo es indistinto, aunque hubo una mayor preferencia por las de invocación y heráldicas, cuando la edición era pagada por el editor y el autor quería manifestar su devoción al santo.
El estilo del impresor en la composición del texto, en cambio, estaba supeditado por la clase de libro y se manifestaba por los tipos empleados, las letras capitulares y la colocación de las ilustraciones. Los tipos que se usaban eran caracteres romanos y góticos, empleando estos últimos, principalmente, en libros de carácter religioso como reglas o doctrinas; mientras que los primeros, en los libros de consulta o estudio como Recognitio summularum de fray Alonso de la Veracruz.

Las letras capitulares fungieron como recursos doctrinales por lo que se vinculaban con el tipo de libro. Las denominadas historiadas se utilizaban, la mayoría de las veces, en textos de carácter religioso y expresan el contenido del capítulo o el uso del libro.

La colocación de las ilustraciones se vinculaba con el tipo de texto, lo cual dio pauta a la siguiente tipología:
1. Narrativas, resumen el contenido del capítulo o tema principal del libro, se hallan insertas en el texto y se acompañan de notas marginales que explican y aligeran la lectura. Se emplearon en libros doctrinales.
2. Científica, reproducciones de plantas o planetas que enriquecen el contenido del texto, tienen una explicación individual y en ciertos casos son móviles. Se emplearon, principalmente, en libros de medicina o astrología.
3. Gráfica, resúmenes esquemáticos del contenido del texto se emplearon en todo tipo de obras.
4. Musicales, notas musicales que marcan la parte cantada en los libros litúrgicos, en la mayoría de las veces se hallan en color rojo para que el lector sepa que continúa dicha parte.
La técnica empleada en las ilustraciones es la xilografía y sus dimensiones no rebasan los diez centímetros; pero se debe tener en cuenta que su uso no era indiscriminado sino que lo determinaba el contenido del texto.
La doctrina cristiana y el uso e importancia del texto son palpables en los colofones, pues su representación es tanto textual como iconográfica. La textual se halla en las invocaciones o dedicatorias con las que inicia el colofón, mientras que las iconográficas se presentan en forma de cáliz o con crismones como remates.
Las particularidades en los formatos, portadas, textos e ilustraciones que se han mencionado son ejemplos del uso del libro, del vínculo entre lector, editor e impresor y de la estilística en la imprenta mexicana del siglo XVI, mismas que la colocan a la vanguardia en su tiempo.
Imprenta en México
Siglo XVIII
En este siglo XVIII, aparecen las primeras manifestaciones del periodismo mexicano que servía a los criollos para difundir sus estudios y su conocimiento como las Gacetas de México y el Mercurio Volante, que fue la primera revista médica de América, La Gaceta de Literatura y el Diario de México. Las reformas borbónicas llegaron también a la Nueva España y se manifiestan en la Constitución de Cádiz al proclamarse la libertad de imprenta el 5 de octubre de 1812. 1
Los primeros periodistas e impresores pusieron en práctica de manera abierta la inmunidad otorgada para dar a conocer su pensamiento. Se abren otros campos como son las matemáticas, la medicina, la zoología, la minería, la metalurgia, la física.
En 1822 Lucas Alamán importa de Europa una imprenta y funda con ella el periódico El sol. En 1826 Mariano Galván Rivera inicia la publicación del Calendario "Galvan" el cual llegó a tener gran demanda en los siguientes siglos y se publica en la actualidad. 2
También se publicaron órdenes reales, para asegurar el buen gobierno, obras lingüísticas y la primera bibliografía impresa en el Nuevo Mundo, la Bibliotheca Mexicana de Juan José de Eguiara y Eguren. Se inicia la publicación de obras de arqueología, de historia de México y la Universidad siguió generando y demandando numerosos impresos.
Asimismo se avanzo en la renovación en la industria tipográfica. La cual llegó a alcanzar en este siglo ilustrado grandes niveles de producción y perfeccionamiento. La imprenta, no estuvo exenta de cambios; se muestra fortalecida consolidada, próspera y floreciente. También se establecieron más de quince nuevos talleres que contaron con prensas de la más variada eficacia y calidad, algunos dotados con los equipos más modernos de la época, adquiridos en Francia y Alemania, como las llamadas imprentas de cuadros móviles y las de planchas intercambiables. 3
En ese siglo las imprentas mas famosas fueron las de la viuda de Miguel Rivera, la de Francisco Rivera Calderón, las de los herederos de Guillén y Carrascoso, la de Diego de Fernández de León, la de José Jáuregui, las de la familia Hogal, y las de los Zúñiga y Ontiveros, las cuales editaron tanto a los autores clásicos como a sus contemporáneos; se ocuparon de temas religiosos, científicos, culturales y literarios, con diversos grados de calidad estética y tipográfica pero sin duda con máxima entrega para no perder la lealtad de sus clientes, civiles, reales o religiosos. Hubo mujeres que estuvieron varias décadas al frente de sus empresas. 4
Otra característica de este siglo es la gran riqueza bibliográfica, que aportaron los bibliógrafos mexicanos mas destacados fueron: Joaquín García Icazbalceta, Vicente de Paula Andrade y Nicolás León , Jose Toribio Medina. Las obras realizadas se observan en el siguiente cuadro: 5
Siglos Títulos Obras Autor
Siglo XVI 118 Bibliografía Mexicana del Siglo XVI 2a. ed. 1954 Millares Carlo J. García Icazbalceta
Siglo XVII 1394 Ensayo Bibliográfico del Siglo XVII Vicente de Paula Andrade
Siglo XVIII 4000 Bibliografía Mexicana del Siglo XVIII. Nicolás León
Siglo XVIII 12412 La imprenta en México José Toribio Medina
Siglo XVIII 2864 La imprenta en México José Toribio Medina
Las obras producidas en el siglo XVIII responden al espíritu religioso de la época, buena parte de ellos se caracterizan por mostrar ostensiblemente el influjo de las ideas ilustradas europeas y representar a la generación criolla de espíritu crítico y de su inclinación científica.
Cabe señalar que la producción tipográfica fue numerosa y variada. Por lo que se refiere a las ilustraciones de los libros, se crean un mayor número de láminas grabadas en cobre, algunas de excelente calidad; también se graban escudos, retratos, planos, monumentos y alegorías, donde se deja sentir el influjo del estilo barroco predominante en el arte de esta época. A finales del siglo se inicia la influencia del escrito neoclásico. Respecto a la encuadernaciones de lujo, mismas que se confeccionaban con diferentes materiales, siendo las más comunes, las pieles lisas, marroquinadas o repujadas, de terciopelo, de seda y otras. Solían decorarse con oro, incrustaciones de nácar y con broches de bronce y plata. 6


Bibliografía

1.- Fernández, RM. (2001). Patrimonio Bibliográfico de México. [en línea]. Disponible en: http://www.ifla.org/IV/ifla67/papers/142-123s.pdf" [2006, septiembre 6].

2.- Escobar, L., Jiménez, G. Historia del libro y las Bibliotecas en México. Liber Revista de Bibliotecología. [En línea]. Disponible en: http://eprints.rclis.org/archive/00003539/01/his-libro.pdf [2006 septiembre 6].

3.- UNAM. (1981). Origen, Desarrollo y Proyección de la imprenta en México. México: UNAM.

4.- Garone, M. Herederas de la letra: mujeres y tipografía en la Nueva España. [En línea]. Disponible en: http://www.unostiposduros.com/paginas/histo16c.html [2006 agosto 9].

5.- IFLA. (2001). 67th IFLA Council and General Conference [En línea]. http://www.ifla.org/IV/ifla67/papers/142-123s.pdf[2006, septiembre 4].

6.- Martínez, L. (2002). Los impresores libreros en Nueva España del Siglo XVII. [En línea]. Disponible en: http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/may2002/martinez.pdf [2006, septiembre 6].

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