miércoles, 14 de octubre de 2009

Imperio Babilónico









Babilonia

Famosa ciudad de Oriente, capital del reino o imperio caldeo o caldeo-babilónico, y del imperio asirio en algunas épocas. Estaba situada en ambas orillas Eufrates, que la atravesaba de N. a S. Sus muros eran de ciento veinte metros de alto y treinta de grueso y estaban flanqueados por dos hileras de torres, una dentro y otra fuera de aquéllos, habiendo bastante espacio entre ellos para que un carro con cuatro caballos pudiese girar fácilmente. Una zanja o trinchera ancha y profunda, revestida de ladrillos y llena de agua, rodeaba toda la ciudad que tenía 80 Km. de circunferencia, y en cada uno de los cuatro lados del recinto se abrían 26 puertas de bronce macizo. La torre del gran templo de Belo era uno de los más notables monumentos de la ciudad. Ocho pisos o torres cuadradas sobrepuestas presentaban la forma de una pirámide con gradas enormes. En la cumbre de la torre se elevaba el templo, dominado por una plataforma en donde los sacerdotes se entregaban al estudio de la astronomía. La altura total excedía en más de 40 metros a la más alta de las pirámides de Egipto. El templo estaba dedicado al Sol bajo el nombre de Baal. Habían sido edificados torre y templo por el rey Belo, y todos los reyes de Asiria y Babilonia pusieron gran empeño en su conservación y embellecimiento. Fue saqueado el templo por Jerjes al regresar de su desgraciada expedición contra los griegos; aún existía en tiempo de Aristóteles; Alejandro Magno lo encontró ya arruinado e hizo vanos esfuerzos para restaurar tan gigantesco edificio. Todavía un inmenso montón de ladrillos y trozos de columnas situado en la orilla O. del Eufrates y conocido con el nombre de Birs Nimrud, recuerdan la existencia de la colosal torre. Otro de los grandes monumentos de Babilonia era un puente, que el historiador Quinto Curcio cuenta en el número de las maravillas del mundo, y reunía las dos partes de la ciudad, separadas por el Eufrates. Inmensos depósitos recibían y repartían las aguas del río durante las inundaciones. Pero sobre todas las grandezas de la portentosa ciudad, celebraron los escritores griegos los hermosos jardines suspendidos, colocados a la altura de las murallas, es decir, a ochenta pies y formados por pilares de piedra que sostenían piso también de piedra donde se amontonaba tierra en gran cantidad: y tal era la fuerza de los árboles que crecían sobre aquel suelo artificial, que los había de ocho codos de circunferencia y cincuenta pies de altura, y tan ricos en frutos como si estuvieran alimentados por su tierra natural. Respecto al carácter, costumbres y religión de los habitantes de Babilonia , el mismo citado historiador dice que no existía nada más corrompido que aquel pueblo; nadie más sabio en el arte de los placeres y de la voluptuosidad. Padres y madres permitían que sus hijas se prostituyeran a sus huéspedes por dinero, y los maridos no eran menos indulgentes con sus mujeres. Celebraban suntuosos festines a los que asistían las mujeres despojadas de todas sus vestiduras; y no mujeres públicas, despreciables cortesanas, sino damas de la más alta alcurnia acompañadas de sus hijas. En un principio adoraban a los astros; después divinizaron a Belo, y el dios Baal parecía ser a un tiempo el sol y el rey. También adoraron a Venus con el nombre de Mitra o Milita, y en su templo se prostituían las mujeres en honor de la diosa. Según las tradiciones mitológicas caldeas, Babilonia existió muchísimos años antes del diluvio. Un dios, mitad hombre, mitad pescado, que salió del mar Rojo y a quien llaman Euhanes u Oanes, presentándose a los hombres, que entonces vivían como las fieras, fue quién les enseñó las reglas fundamentales de las ciencias y cómo se construían los edificios. Este mismo Euhanes, después de un largo período, volviendo a aparecer entre los hombres, escogió entre ellos al primero de los reyes Aloros, que reinó diez saros (ciclos de años) y a quien sucedió Aloparos, su hijo, que reinó tres y luego Amillaros, que lo hizo trece, y en tiempo del cual apareció de nuevo el dios monstruo. Después de Amillaros reinaron otros siete reyes: Ammenon, Amelagaros, Davos, Evedoranchos, Ameupsinos, Obastes y Xisuthros durante noventa y cuatro saros. En el reinado del último de ellos fue cuando ocurrió el diluvio, del que, según la tradición, sólo se salvaron Xisuthros, que viene a ser el Noé de la Biblia, y algunos de los suyos. Al salir del arca, desapareció Xisuthros, y cuando sus compañeros le buscaban, su voz se dejaba oír, aconsejándoles volviesen a Babilonia. Allí fundaron una nueva ciudad y sus descendientes, gobernados por Sakkanaku (reyes pontífices), permanecieron independientes hasta 2.300 o 2.280 años a. de J. C., en que un rey de Susa, Kudur Nakhurta, se apoderó de ella y fundó la dinastía meda (V. Beroso, Oppert y Maspero). A esta misma época refieren los modernos descubrimientos y estudios orientales la fundación de la ciudad, o por lo menos su engrandecimiento, habiendo alcanzado su apogeo bajo el rey Chamuragas, quien la hizo capital de toda la Caldea, y la hermoseó con templos y palacios. En cuanto a la tradición hebrea, refiere que fue fundada Babilonia por el gran cazador Nemrod, al pie de la torre de Babel. Hacia el año 2.000 ocurrió la conquista de Babilonia por Belo, oriundo de Nínive, quien la hizo capital de su imperio (el primero asirio) y a quien tradiciones que la crítica histórica rechaza dan por sucesores a Nino y Semiramis. Lo cierto es que a mediados del siglo XIII a. de J. C. Babilonia, con todo el imperio caldeo, cayó en poder del faraón Tutmosis III. Siguió luego la suerte de los imperios asirio y babilónico. Fue del primero hasta la caída de Sardanápalo, viviendo luego con cierta independencia y con reyes propios, aunque vasallos de Nínive, entre los cuales figura el célebre Nabonasar, que abrió la era de su nombre (747). Destruida Nínive en 625 por Ciajares y Nabopolasar, Babilonia fue la capital del reino o imperio que este último fundó. Le sucedio Nabucodonosor, en cuya época (605) empezó la cautividad de los judíos. Entonces se daba a Babilonia el título de Reina de Oriente y morada del Rey de Reyes. Ciro, rey de Persia, la conquistó en 538, entrando en ella por el cauce del río, cuyas aguas desvió. Convertida la gran ciudad en capital de una de las satrapías persas, comenzó su ruina. Ciro redujo las murallas a la mitad de su altura. Darío arrancó sus puertas de bronce. Alejandro Magno proyectó hacerla capital de su imperio; pero murió en esta misma ciudad, y su destrucción continuó rápidamente. Los materiales de la reina del Oriente sirvieron para la edificación de Seleucia, capital de los Seleucidas, y hoy la llanura que fue Babilonia está cubierta de montecillos de escombros revueltos y confundidos hasta tal punto, que no puede reconocerse el sitio y los límites justos de los principales monumentos que allí hubo. Se encuentran estas ruinas cerca de la ciudad de Hilleh, fundada en 1101, en los 32º 30' de latitud N. y los 48º 8' de longitud E., unos 90 kms. al S. de Bagdad.

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